Cuando sales de la burbuja de la competición, empiezas a ver que la bici te da múltiples opciones. Ser un medio de transporte sostenible, un divertido juguete, un elemento para socializar y también, por qué no, uno para cambiar el mundo.
Durante mi vida de ciclista no había tenido la oportunidad de viajar a descubrir un país y conocer sus peculiaridades. Han tenido que pasar muchos años para que pueda vivir una experiencia que nunca olvidaré. Un viaje que me ha llegado al alma. Ahora sé que, por poco que aporte, puedo estar ayudando a cambiar el mundo.
ASÍ EMPEZÓ TODO
Hace unos 20 años, se llevaba a cabo una competición en Dakar, capital de Senegal y yo soñaba con ir a participar. En realidad soñaba con viajar y conocer otras culturas, pero la carrera era la excusa perfecta.
Nunca llegué a participar y esa espinita me quedó clavada en mí hasta este año.
La empresa de Viajes Bikefriendly ofertaba un viaje a Senegal. Cuando lo vi, algo resonó dentro de mí y me animé a participar en esta experiencia.
Además había una buena causa de por medio, conocer la iniciativa de Bicicletas sin fronteras en ese país, que es dotar de bicicletas a los niños y niñas para facilitarles el acceso a la escuela.
Muchas tienen entre 5 y 10 km desde su casa al colegio o instituto y lo hacen andando varias veces al día, lo que supone que lleguen cansados y desmotivado para estudiar.
Esta ONG puso en marcha un sistema de préstamos de bicis para todos aquellos niños que la necesiten y hemos podido comprobar de primera mano los buenos resultados que está dando esta gran iniciativa.
Me animé a mover el viaje entre mis compañeras de grupeta y el resultado fue que viajamos 20 mujeres con muy buen ambiente entre nosotras.
EL PROYECTO
Una vez en Senegal lo primero que hicimos fue ir a conocer el proyecto.
Alojados en Palmarin, en la región de la Petit Côte, una población costera al sur de Dakar, nos acercamos andando al hangar donde se reciben las bicicletas para montarlas. Una gran mole de hierro oxidado, un barco semi hundido anclado en la arena de la costa, fue nuestra referencia cada vez que volvíamos al lodge donde descansábamos cada noche.
Allí nos recibieron Inés y Romà, las personas que gestionan el proyecto y nos contaron con detalle todo lo que están consiguiendo.
Lo primero que hacen es detectar qué niños y niñas tienen especial necesidad de contar con una bici, principalmente por la distancia que hay desde sus casas al instituto. Muchos se encuentran a 5 o 10km andando y eso hace que lleguen cansados a clase o, en muchos casos, ni asistan.
Una vez localizados, se les ofrece la bicicleta a modo de préstamo por un valor simbólico para que se hagan responsables de ellas. La ONG lleva un registro de las calificaciones de estos becados y la mejora en las notas es muy significativa. Ir en bici aumenta el rendimiento de los estudiantes. Llegan descansados y más motivados a clase.
LAS BAOBIKES
En el hangar se reciben las bicis, las baobikes, de la marca Moma, muy implicada en el proyecto. Se montan y se preparan para la entrega a los institutos. Todo este proceso se está gestionando con gente local favoreciendo así la economía de la región.
Estas bicis son fácilmente reconocibles, son todas amarillas. Tienn ruedas macizas para evitar pinchar y son de reparación muy sencilla para facilitar ese proceso, ya que escasean los materiales de sustitución.
A nosotras nos facilitaron unas fatbikes, bicis de rueda gorda, para rodar más cómodas por la arena y hacer las excursiones programadas en el viaje.
EL VIAJE:
Bikefriendly es una de las empresas punteras en cuanto a viajes en bici se refiere. También son grandes conocedores de la zona y eso hizo que el viaje fuera sobre ruedas, nunca mejor dicho.
Cada día teníamos una excursión. Visitamos algunos de los institutos donde está en marcha el proyecto viendo de primera mano cómo cada día decenas de chicos y chicas iban andado por la carretera para llegar a clase.
Llevar las fatbikes nos facilitaba pedalear por las calles llenas de arena de muchos de los pueblos que visitamos. Pedaleamos por la sabana, por playas de arena blanca, majestuosos bosques de baobabs o lugares tan increíbles como la isla de las conchas, Joal Fadiouth o poblados nómadas con casas de paja donde parece que el tiempo se ha detenido.
También viajamos en carreta a ver una reserva de hienas o navegamos en pirogas, coquetas embarcaciones locales por el manglar de la reserva del Siné Saloum.
No todo es tan bonito como pinta. Ver una forma de vida tan diferente a la nuestra nos impactó muchísimo. En muchos pueblos se ven perros sueltos, gallinas, cabras, vacas, cerdos… muchos de ellos rebuscando comida por los montones de basura y plásticos acumulados por las esquinas. En el puerto de Djifer una mezcla de olores entre pescado fresco, ahumado y salado me hizo echar de menos la mascarilla que tanto había odiado los meses anteriores.
MI EXPERIENCIA
Cuando viajas con una agencia de viajes tienes la sensación de que todo está medido y cuadriculado, que no te va a dar tiempo a ver la cultura local porque te van a llevar a ver lo que ven todos los turistas. Ese no fue nuestro caso.
El tiempo no existe en Senegal. La vida cambia en cuanto aterrizas en Dakar.
La gente ya no va con mascarillas por la calle. Allí el covid es el menor de sus problemas. Deben buscar cada día el sustento para comer.
La cálida y oscura noche africana no nos impidió ver la vida local de los pueblos por los que íbamos pasando en el transfer del aeropuerto al hotel. Gente por las calles sentada tocando tambores, bulliciosas avenidas llenas de comerciantes y puestos callejeros, tráfico incesante por el ir y venir de ruidosos coches y camiones.
Hay coches destartalados circulando por cualquier parte y con dudoso paso de la itv. El autobús de allí, llamado también algo impronunciable para nosotras, “ndiaga ndiaye” va lleno de gente ocupando plazas incluso por la parte de trasera, viajando de pie apostados en el escalón exterior del bus. Tuvimos la oportunidad de viajar en uno de ellos haciendo las delicias de muchas de nosotras. Las risas estaban aseguradas en ese reducido espacio sobre cuatro ruedas que parecía que se iba a desintegrar con nosotras dentro.
Las calles de arena de los pueblos nos jugaron algún que otro susto, teniendo que empujar los coches porque se habían quedado atascados.
La comida iba entre muy picante a más picante para favorecer la digestión y que no proliferara ningún ente extraño en nuestros delicados intestinos. Nos alimentamos de exquisito arroz o cucús con pollo y pescado, posiblemente traído del puerto de Djifer, aliñados con ricas salsas de tamarindo que levantaban la boina o la sabrosa salsa de cebolla local. Por las mañanas el desayuno contaba con jugos de fruta tropical, tortillas de verduras y una especie de buñuelos a los que le poníamos una deliciosa crema de chocolate y cacahuete.
En cuanto a la bebida, el agua de botella era mi aliada para calmar la sed, aunque la mayoría de mis compañeras preferían las cervezas locales, Flag y Gacela. La Coca-Cola escaseaba y no esperes ni café ni leche, salvo que sea en sobres y polvitos. Muy caros de ver.
La gente es muy amable y respetuosa. Desde El primer día nos recomendaron saludar a todo el mundo con la expresión Ça va! Que era lo único que muchas nos podíamos permitir pronunciar en francés o algo parecido.
Llamaba la atención lo guapas que se ponían las mujeres con coloridos vestidos y faldas, con pañuelos a juego en el pelo y muchas de ellas auténticas equilibristas llevando de todo lo inimaginable sobre sus cabezas, mientras cargan a sus espaldas con bebes casi recién nacidos. Algunas lo intentamos y lo dejamos por imposible antes de sufrir un accidente y provocar las risas de la gente que nos miraba.
Para mí el viaje tuvo un equilibro perfecto entre sesiones de bici, suficientes para complacernos a las más ciclistas sin ser las palizas del desierto que tanto se llevan ahora y visitas a lugares y espectáculos de interés. Casi todas las noches disfrutábamos de un espectáculo popular de la gente local con música y danza africana, dejando ver nuestras carencias en cuestión de meneos de cadera y ritmo. Por más clases que nos dieran de bailes africanos, éramos incapaces de mover las nalgas como lo hacían las mamás de los festivales.
También hubo unos buenos momentos de tiempo libre para disfrutar de las amenas compras de diversos suvenires, en su mayor parte telas que muchas de nosotras difícilmente lleguemos a usar en nuestra vida cotidiana, pero que quedan genial en el armario de los recuerdos.
En Senegal se vive al día. Todo lo que tienen lo venden para sacar su ración diaria con lo que alimentarse.
Es un país laico, de habla francesa ya que fue antigua colonia, donde conviven las religiones del islam, un 90%, y la cristiana. Sorprende ver como conviven pacíficamente unos con otros, respetando sus espacios y tradiciones. Durante nuestra estancia en el país se celebraba el ramadán, donde los musulmanes no pueden ni comer ni beber hasta la caída del sol. Tuvimos la oportunidad de cenar una noche con una familia musulmana, ayudándoles en la preparación de la cena para degustarla más tarde con nuestras manos apostados en el suelo de una gran habitación junto al resto de la familia.
La emigración es uno de los retos del país. Las altas tasas de abandono escolar hacen que los jóvenes no tengan una salida laboral y migren a otros países como España, dejando un gran número de muertos por el camino. La crisis educativa no se queda sólo ahí. Los docentes están mal pagados, aulas con excedentes de alumnado o desmotivados para estudiar dado el mal panorama que se les presenta. España cuenta con un programa de colaboración con el país, de sensibilización en información de las consecuencias de echarse al mar. Más de la mitad de los migrantes mueren en la travesía en busca de una utópica vida mejor.
La gestión de los residuos es un gran desafío. La basura campa por doquier por muchas zonas. En algunos pueblos sí que empezamos a ver cómo se va enterrando, sobre todo en la zonas más turísticas o donde habitan otras personas que llegan de fuera con algo más de cultura respecto a este tema. Aunque en Senegal están prohibidos los plásticos, lo cierto es que abundan allá por donde vayas.
Personalmente me quedo con las miradas de los más chiquis. Niños y niñas corrían a nuestro encuentro en busca de una caricia mientras te miraban con una mezcla de inocencia y admiración.
Esos ojos me inspiran para seguir apostando por un mundo mejor para todos ellos.
Estas podrían ser unas pinceladas de lo que fue nuestro viaje a Senegal. Un viaje corto pero intenso que te deja conocer el país, empaparte de la cultura y darte cuenta de la importancia que tiene el acceso a la educación para cambiar el mundo.
Si tú también quieres apostar por la educación, pedalear por Senegal y vivir una experiencia inolvidable, puedes conocer la iniciativa de Bicicletas Sin Fronteras realizando este viaje en Semana Santa 2023 pinchando aquí mismo.